La conquista de México Tenochtitlán tuvo dos formas distintas
LA CONQUISTA MATERIAL.- Mediante las
armas, la guerra y la dominación forzosa.
LA CONQUISTA ESPIRITUAL.- Mediante la evangelización y la
imposición de una nueva religión y la destrucción del politeísmo.
Cristianismo frente al paganismo
La primera Misa en la América continental fue oficiada por Juan Díaz, acompañante en la expedición
exploratoria de Cortés (1519). El capitán era ambicioso, pero deseaba con sinceridad llevar la fe al
nuevo mundo. El Padre Olmedo, el otro sacerdote de la expedición y partidario de la libre conversión de
los indios, atemperaba a Cortés cuando sufría sus locos arrebatos de descabezar tótems para extirpar
la idolatría. Don Hernán, inquieto, solicitó a Carlos V en sus Cartas de relación que enviara monjes para
evangelizar estas tierras cuanto antes. En 1523 arribaron con enorme entusiasmo fray Pedro de Gante
y dos compañeros más. Este laborioso franciscano orquestaría algunos años más adelante una escuela
con más de 600 alumnos, donde los autóctonos aprendían oficios manuales para su sustento. Gracias a
la Bula Alias felicis del Papa Adriano VI, los religiosos comenzarían la evangelización sistemática.
En 1924 pisaron las tierras de misión 12 franciscanos con evidente alegoría evangélica, capitaneados
por fray Martín Luis de Valencia. Tan marcada era su consigna de pobreza, que al contemplar al
desarrapado grupo, ciertos indios comentaban exaltados en náhuatl: “Motolinia, motolinia” (pobres,
pobres). Fray Toribio Benavente, al descubrir que con tal expresión se “burlaban” de ellos, decidió
acuñar el apodo para su persona, y con tal mote pasó a la historia este misionero e historiador. En 1526
llegaron los dominicos.
Los obstáculos se erguían imponentes. Algunos religiosos murieron por enfermedades y picaduras de
insectos. La geografía era desconocida y las distancias, abrumadoras. Debían llegar al corazón de
personas cuya depresión, tras ser aplastados en la guerra, estaba a flor de piel. Además, las lenguas de
los receptores de su mensaje eran completamente desconocidas. Las conversiones indígenas venían a
cuentagotas. Por si fuera poco, varios españoles –cristianos– hacían una contra labor por su doble vida:
ya porque fueran despiadados o avaros, ya porque se amancebaran con diferentes indias, mientras los
frailes intentaban trasmitir la monogamia.
Pero el árido horizonte se tornó en negros nubarrones cuando llegó tonante la Primera Audiencia,
presidida por Nuño de Guzmán; quizá el más execrable gobernante de todo el periodo novohispano.
Este tirano, voraz en sus deseos, era completamente ajeno no solo a la causa del Evangelio, también al
bien común de sus nuevos gobernados. Permitió la esclavización de los indios y perpetró otras muchas
tropelías. Paralelamente a la Primera Audiencia, Carlos V envió a fray Juan de Zumárraga con dos
funciones, una espiritual y otra política: sería Obispo de la N. España y protector de los indios. Los
encontronazos políticos entre Nuño de Guzmán y Zumárraga no tardaron en aparecer. Un ejemplo
dramático ocurrió cuando uno de los frailes, en Misa dominical y a petición de Zumárraga, corrigió
desde el púlpito la grave injusticia hispana de promover la trata de indígenas. Un subalterno de Nuño
de Guzmán subió al púlpito a media homilía y tumbó al campanudo predicador
para escarmiento de la comunidad religiosa y de los novohispanos. Nuño mandaba azotar a los indios
que descubría resguardándose bajo el sayal de Zumárraga. El Obispo intentó comunicar la situación
espiritual y política de las nuevas tierras al monarca Carlos V, pero sus epístolas fueron siempre
interceptadas. Para colmo de males, los franciscanos y los dominicos comenzaron a pugnar entre sí por
circunspecciones territoriales. Tan desesperada era la situación en todos los sentidos, que en una carta
al monarca, Zumárraga se desahogaba: “Si Dios no provee con remedio de su mano, está la tierra a
punto de perderse totalmente” (para la causa del Evangelio). Esa misiva pudo llegar a España gracias a
que el Obispo contrató a un emisario especial, quien fundió en un pan de cera la carta y la introdujo en
un barril flotante del barco, hasta que pasó el peligro de ser interceptada
Pero más trascendental que las nuevas estrategias del rey fue la respuesta de Dios. En diciembre de
1531 apareció la Virgen de Guadalupe. Gracias a ella, los indios comprendieron que la predicación de
aquellos rudos hombres barbados en torno al Dios encarnado era verdad. Si bien llegan a existir
suspicacias que catalogan de mitológica la aparición o la reducen a ingeniosa técnica cristianizadora, lo
cierto es que por meras razones humanas –máxime con las agudas circunstancias precedentes–, son
inexplicables las conversiones masivas que a partir de ese acontecimiento proliferaron en aquellas
culturas, aunadas a la paz social que les siguió. Antes reacios y melancólicos, los indios acudían ahora
gozosos a recibir el bautismo. ¡Solo a partir de Guadalupe fue perceptible para ellos la belleza de la fe!
Los indios pasaban de una religiosidad de muerte y terrible, a comprender que Dios es amor. Una paz
inusitada inundaba su atormentado corazón, otrora pendiente de evitar el colapso del cosmo
El misionero
Desde que Cristóbal Colón llevó consigo algunos religiosos en su segundo viaje (1494-1496), la Iglesia no
ha dejado de estar presente en América. Curas de diversas órdenes religiosas, curas diocesanos y
frailes participaron de las empresas de conquista y acompañaron a las huestes por doquier. Sus tareas
abarcaban dos campos: la evangelización de los nativos y la prestación de servicios religiosos a la
población europea. Indígenas Misionados En relación al mundo indígena hubo también una decidida
lucha por "extirpar las idolatrías", o sea liquidar por todos los medios las creencias religiosas
aborígenes consideradas paganas y a menudo diabólicas. En los principales poblados que se erigieron
sobre las ruinas de los centros urbanos indígenas y en las nuevas fundaciones nunca faltó la iglesia,
construida con mano de obra nativa.
Las villas más pequeñas, en tanto, eran dotadas de capillas. Estos establecimientos cumplían el objeto
de velar por el cumplimiento de los sacramentos en la población hispana y, por sobre todo, difundir el
evangelio entre la masa aborigen. La evangelización corrió por cuenta de las órdenes religiosas, que
fundaron colegios y seminarios, como por ejemplo el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco en México,
dedicados a cristianizar a los hijos de la élite indígena. Evangelización A medida que avanzaba el
proceso de conquista y afluían más religiosos, se hizo necesario redistribuir a las diversas órdenes por
todo el territorio. Esto, porque cada una aplicaba distintos métodos doctrinales y cundían los roces
entre ellas. Para terminar con estas pugnas, la corona dictó una disposición real en 1563, en la cual se
ordenó la pertenencia de los monasterios de una provincia a una misma orden. Así, a finales del siglo
XVI las diferentes regiones de América se repartieron y quedaron bajo tutela.
Por otra parte, hay que señalar que los misioneros que llegaron a América adoptaron distintas
posiciones frente a la conquista y al trato que se daba al indígena, debate que también se desarrolló en
España. En un comienzo no se cuestionó mayormente la violencia y el pillaje que los españoles
efectuaron en la conquista de las Antillas situación que empezó a cambiar un poco a partir de 1511 con
el sermón de Montecinos. . Desde entonces, el clero se dividió en dos corrientes; los que justificaban la
conquista considerándola como una "guerra justa", y los que se abocaron a la defensa y evangelización
del indígena como paso previo a su sometimiento.
La vida de la mayoría de los misioneros en el Nuevo Mundo fue muy sacrificada y estuvo llena de
privaciones. Su esfuerzo partió con la adaptación a un hábitat diferente a todo lo que conocían en
Europa, con climas y alimentos desconocidos y múltiples trabas para comunicarse con los nativos. Sin
embargo, los frailes y sacerdotes fueron los primeros en aprender las numerosas lenguas indígenas e
incluso elaboraron ya durante el siglo XVI catecismos en idiomas nativos. También fueron claves en la
narración de la historia indígena y de cuanto sucedió durante la conquista. Entre ellos no podemos
dejar de mencionar a Fray Ramón Pané para el mundo antillano, Fray Bernardino de Sahagún para los
aztecas, Fray Diego de Landa quien rescató las vivencias de los mayas o Fray Pedro de Aguado quien se
refirió al mundo colombiano.
La llegada de los frailes a la Nueva España, marco el cambio de manera positiva entre las personas que
habitaban en estas épocas las tierras mexicanas, las obras que impulsaron estos mensajeros eran para
aportar la cultura y la sapiencia de ciencias y métodos de aprendizaje que los indios de nuestro pueblo
desconocían y gracias a ellos tuvieron el privilegio de aprender. De las obras más significativas de los
frailes hacia el pueblo nacional, es la introducción de la lectura y los escritos, que en ese tiempo eran
desconocidos por toda la población, así como también la gran aportación de evangelización del pueblo,
inculcando en ellos la religión
Lo primero era aprender la lengua, pues sin esto apenas era posible la educación y la evangelización de
los indios. Y en esto los mismos niños les ayudaron mucho a los frailes, pues éstos, refiere Mendieta,
«dejando a ratos la gravedad de sus personas, se ponían a jugar con ellos con pajuelas o pedrezuelas el
rato que les daban de huelga, para quitarles el empacho con la comunicación», y siempre tenían a
mano un papel para ir anotando las palabras aprendidas
Al fin del día, los religiosos se comunicaban sus anotaciones, y así fueron formando un vocabulario, y
aprendiendo a expresarse mal o bien. Un niño, Alfonsito, hijo de una viuda española, que tratando con
otros niños indios había aprendido muy bien la lengua de éstos, ayudó especialmente a los frailes. Vino
a ser después fray Alonso de Molina. De este modo, el Señor quiso que los primeros evangelizadores
de estos indios aprendiesen a volverse como al estado de niños, para darnos a entender que los
ministros del Evangelio que han de tratar con ellos... conviene que dejen la cólera de los españoles, la
altivez y presunción (si alguna tienen), y se hagan indios con los indios, flemáticos y pacientes como
ellos, pobres y desnudos, mansos y humildísimos como lo son ellos
A medida que aprendían las lenguas indígenas, con tanta rapidez como trabajo, se iba potenciando la
acción evangelizadora. Después que los frailes vinieron a esta tierra -dice Motolinía- dentro de medio
año comenzaron a predicar, a las veces por intérprete y otras por escrito. Pero después que
comenzaron a hablar la lengua predicaban muy a menudo los domingos y fiestas, y muchas veces entre
semana, y en un día iban y andaban muchas parroquias y pueblos. Buscaron mil modos y maneras para
traer a los indios en conocimiento de un solo Dios verdadero, y para apartarlos del error de los ídolos
diéronles muchas maneras de doctrina. Al principio, para les dar sabor, enseñáronles el Per signum
Crucis, el Pater noster, Ave Maria, Credo, Salve, todo cantado de un canto muy llano y gracioso.
Sacáronles en su propia lengua de Anáhuac [náhualt] los mandamientos en metro y los artículos de la
fe, y los sacramentos también cantados. En algunos monasterios se ayuntan dos y tres lenguas
diversas.
Los misioneros prestaron un inmenso servicio a la conservación de las lenguas indígenas. Juan Pablo
II, en un discurso a los Obispos de América Latina, decía: «Testimonio parcial de esa actividad es, en el
sólo período de 1524 a 1572, las 109 obras de bibliografía indígena que se conservan, además de otras
muchas perdidas o no impresas. Se trata de vocabularios, sermones, catecismos, libros de piedad y de
otro tipo», escritos en náhuatl o mexicano, en tarasco, en totonaco, otomí y matlazinga ).
Concretamente, 80 obras de este período proceden de franciscanos (llegados en 1524), 16 de
dominicos (1526), ocho de agustinos (1533), y 5 más anónimas
Concretamente, los Catecismos en lenguas indígenas de México comenzaron muy pronto a
componerse y publicarse. Entre otro, además del compuesto por fray Pedro de Gante, del que luego
hablaremos, podemos recordar la Doctrina cristiana breve (1546), de fray Alonso de Molina, y la
Doctrina cristiana (1548), más larga, del dominico Pedro de Córdoba, estos últimos impresos ya en
México a instancias del obispo Zumárraga, que en 1539 consiguió de España una imprenta, ya
solicitada por él en 1533. Algunos frailes usaron en la predicación y catequesis «un modo muy
provechoso para los indios por ser conforme al uso que ellos tenían de tratar todas sus cosas por
pintura. Hacían pintar en un lienzo los artículos de la fe, y en otro los diez mandamientos de Dios, y en
otro los siete sacramentos, y lo demás que querían de la doctrina cristiana», y señalando con una vara,
les iban declarando las distintas materias
órdenes religiosas
Fray Martín de Valencia
Entre los franciscanos primeros que, junto con otros religiosos, principalmente dominicos y agustinos,
hicieron la primera evangelización de México, debemos recordar algunos nombres muy señalados. Fray
Martín de Valencia nació el año 1474 en Valencia de Don Juan -entre León y Benavente- y fue provincial
de la provincia franciscana de Santiago. Motolinía, que nos dejó escrita la vida de este jefe de los Doce
, afirma: «además de lo que yo vi en él, porque le conocí por más de veinte años,
oí decir a muchos buenos religiosos que en su tiempo no habían conocido religioso de tanta penitencia,
ni que con tanto tesón perseverase siempre en allegarse a la cruz de Jesucristo
Fray Toribio de Benavente, Motolinía
Hemos gozado en las páginas precedentes, escuchando con frecuencia la voz sencilla y bondadosa de
Motolinía. Nacido en Benavente, León, tomó el hábito en la provincia franciscana de Santiago, y con fray
Martín de Valencia, fue el más dotado del grupo de los Doce. En aquellos primeros años, tan agitados y
difíciles, se distinguió tanto por su energía para poner paz entre los españoles y frenar sus desmanes,
como por su amor a los indios y la abnegación de su entrega total a la evangelización.
Fray Pedro de Gante
Un año más antiguo que los Doce fue en México fray Pedro de Gante, el único sobreviviente de los tres
franciscanos flamencos que llegaron en 1523. Fray Pedro de Moor, nacido en Gante, la capital de
Flandes, quedó en Texcoco para aprender la lengua mexicana. Era Texcoco el principal centro cultural de
México, la Atenas del nuevo mundo, con sus archivos y sabios varones. Y allí mismo, en la casa del señor
que le alojaba, comenzó fray Pedro una admirable labor escolar, prolongada luego en la ciudad de
México, que había de durar cincuenta años. Conocemos bien su vida y apostolado, tanto por sus propias
Cartas a Carlos I y a Felipe II , como por las crónicas de la época,
especialmente por la del padre Mendieta
Fray Andrés de Olmos
Nacido a fines del XV en un pueblo de Burgos, estudió en Valladolid, donde llegó a ser catedrático de
derecho canónico. Dejando su cátedra, se hizo franciscano, y cuando fray Juan de Zumárraga, guardián
del convento de Abrojo, fue designado Arzobispo de México, se llevó consigo en 1528 a fray Andrés de
Olmos, fraile de su convento. Cuarenta y tres años pasó éste evangelizando y enseñando en la Nueva
España, y mostró unas dotes prodigiosas para las lenguas indígenas. Escribió muchas obras en varias
lenguas indígenas.
Fray Andrés de Olmos, durante sus 43 años en México, no fue un erudito retraído, especializado en
lenguas, sino un apóstol de los indios, que fiel a su lema, La cruz delante, hizo muchas jornadas
misioneras, buscando especialmente aquellas regiones de indios más ásperas y peligrosas. Al
gobernador Ortiz de Zúñiga le confesaron unos indios que varias veces salieron a matar al padre
Olmos, y que las flechas se volvían contra ellos mismos. Otros milagros se cuentan de su vida, y
obrados también después de su muerte, que, con toda santidad, ocurrió en octubre de 1571
Fray Bernardino de Sahagún
Nacido en Sahagún, en la leonesa Tierra de Campos, hacia el 1500, Bernardino Ribeira estudió en
Salamanca, donde se hizo franciscano. En 1529 llegó a Nueva España, y fray Juan de Torquemada nos da
de él un dato curioso: «Era este religioso varón de muy buena persona, y rostro, por lo cual, cuando
mozo, lo escondían los religiosos ancianos de la vista común de las mujeres» (+Oltra, Sahagún 28).
Quizá esto favoreció su vocación de estudioso investigador
Fray Gerónimo de Mendieta
Este vasco de Vitoria, nacido en 1525, fue el menor de los cuarenta hijos que su padre tuvo en sus tres
legítimos matrimonios. Ingresó en los franciscanos de Bilbao, y en 1554 pasó a la Nueva España,
donde aprendió el náhuatl con asombrosa rapidez. En México permaneció más de sesenta años, y fue
guardián del convento de Tlaxcala y de otros importantes conventos franciscanos, como Toluca y
Xochimilco. Fue también varios años secretario e intérprete del Comisiario General franciscano.
escuela de una iglesia
Los frailes edificaban junto a los monasterios unas grandes salas para escuela de niños indios. En
1523, apenas llegado, fray Pedro de Gante inició en Texcoco una primera escuela, y poco después pasó
a enseñar a otra en México. En seguida surgieron otras en Tlaxcala, en Huejotzingo, en Cuautitlán, el
pueblo de Juan Diego, y en Teopzotlán, y más adelante en muchos sitios más. En cambio, «los
dominicos no fundaron en sus misiones de la Nueva España ningún colegio secundario; era hostiles a
estas instituciones y, en particular, a que se enseñara latín a los indios. No compartían los agustinos
esta desconfianza
Rápidamente se fue multiplicando el número de estos centros educativos, de modo que, en buena
parte, la evangelización de México se hizo en las escuelas, a través de la educación de los indios. Los
frailes recogían a los niños indios, como internos, en un régimen de vida educativa muy intenso, y «su
doctrina era más de obra que por palabra». Allí, con la lectura y escritura y una enseñanza elemental,
se enseñaba canto, instrumentos musicales y algunos oficios manuales; y también enseñaban a los
niños a estar en oración. A partir de 1530, bajo el impulso del obispo franciscano
Zumárraga, se establecieron también centros de enseñanza para muchachas, confiados a religiosas,
en Texcoco, Huehxotzingo, Cholula, Otumba y Coyoacán
La costumbre de las escuelas pasó a las parroquias del clero secular, e incluso el modelo mexicano se
extendió a otros lugares de América hispana. Decía fray Martín de Valencia en una carta de 1531, que
en estas escuelas «tenemos más de quinientos niños, en unas poco menos y en otras mucho más»
. Se solía recibir en ellas sobre todo a los hijos de principales. Estos, al comienzo,
recelosos, guardaban sus hijos y enviaban hijos de plebeyos
Pero cuando vieron los señores que éstos prosperaban y venían a ser maestros, alcaldes y
gobernadores, muy pronto entregaron sus hijos a la enseñanza de los frailes. Y como bien dice
Mendieta, por esta humildad que aquellos benditos siervos de Dios mostraron en hacerse niños con
los niños, obró el Espíritu Santo para su consuelo y ayuda en su ministerio una inaudita maravilla en
aquellos niños, que siéndoles tan nuevos y tan extraños a su natural aquellos frailes, negaron la
afición natural de sus padres y madres, y pusiéronla de todo corazón en sus maestros, como si ellos
fueran los que los habían engendrado. Por otra parte, los muchachos indios mostraron
excelentes disposiciones para aprender cuanto se les enseñaba.
El escribir se les dio con mucha facilidad, y comenzaron a escribir en su lengua y entenderse y
tratarse por carta como nosotros, lo que antes tenía por maravilla que el papel hablase y dijese a
cada uno lo que el ausente le quería dar a entender. En la escritura y en las cuentas, así como
en el canto, en los oficios mecánicos y en todas las artes, pintura, escultura, construcción, muy pronto
se hicieron expertos, hasta que no pocos llegaron a ser maestros de otros indios, y también de
españoles. El profundo e ingenuo sentido estético de los indios, liberado de la representación de
aquellos antiguos dioses feos, monstruosos y feroces, halló en el mundo de la belleza cristiana una
atmósfera nueva, luminosa y alegre, en la que muy pronto produjo maravillosas obras de arte
En la música, al parecer, hallaron dificultad en un primer momento, y muchos «se reían y burlaban de
los que los enseñaban». Pero también aquí mostraron pronto sus habilidades: no había pueblo de
cien vecinos que no tuviera cantores para las misas, y en seguida aprendieron a construir y tocar los
más variados instrumentos musicales. Poco después pudo afirmar el padre Mendieta En todos los
reinos de la Cristiandad no hay tanta copia de flautas, chirimías, sacabuches, orlos, trompetas y
atabales, como en solo este reino de la Nueva España. Organos también los tienen todas cuasi las
iglesias donde hay religiosos, y aunque los indios no toman el cargo de hacerlo, sino maestros
españoles, los indios son los que labran lo que es menester para ellos, y los mismos indios los tañen
en nuestros conventos. El entusiasmo llevó al exceso, y el Concilio mexicano de 1555 creyó
necesario moderar el estruendo en las iglesias, dando la primacía al órgano.
Junto a la música, también las representaciones teatrales y las procesiones tuvieron una gran
importancia catequética, pedagógica y festiva. Antes de la fundación de la Universidad de México, en
1551, el primer centro importante de enseñanza fue, en la misma ciudad, el Colegio de Santa Cruz de
Tlatelolco para muchachos indígenas. A los doce años «desde que vino la fe», es decir, en 1536, fue
fundado por el obispo Zumárraga y el virrey Antonio de Mendoza, y puesto bajo la dirección de fray
García de Cisneros, uno de los Doce. En este Colegio, en régimen muy religioso de internado, los
muchachos recibían una enseñanza muy completa, compuesta de retórica, filosofía, música y medicina
mexicana. Dirigido por los franciscanos, allí enseñaron los maestros más eminentes, como Bernardino
de Sahagún, Andrés de Olmos, Arnaldo de Basacio, Juan Focher, Juan Gaona y Francisco Bustamente, y
lo hicieron con muchos y buenos frutos, entre los que destaca el indio don
Antonio Valeriano, verdadero humanista, que ocupó cátedra en el Colegio, enseñó a religiosos jóvenes,
y tuvo entre sus alumnos a indios, españoles y criollos.
la devocion
Los misioneros que plantaron la Iglesia en México, franciscanos, dominicos y agustinos, lograron de
Dios el milagro de la evangelización porque eran unos santos. Perdidos en una selva del lenguas
desconocidas, diseminados en una geografía inmensa y escabrosa, escasos en número para tantos
millones de indios, eran conscientes de que sólo en la abnegación total de sí mismos y en la perfecta
santidad del Espíritu podían dejar que Dios haciera las maravillosas obras de su gracia. Y
efectivamente, en oraciones y penitencias incesantes, en pobreza y castidad perfectas, en obediencia
y en trabajos agotadores, realizaron la evangelización más excelente que recuerda la historia de la
Iglesia, después de la de los Apóstoles.
Los misioneros de México parecen como dominados por la obsesión de dar ejemplo, de enseñar y
predicar por el ejemplo, para que los indios, dados a la imitación,
«se llegasen a Dios». Ejemplo de penitencia y austeridad. «No escribirá Zumárraga que fray Martín
de Valencia «se nos murió de pura penitencia No era él una excepción: las fatigas y privaciones
fueron la causa de la gran mortalidad de los dominicos, obligados el sur a recorrer un inmenso
territorio Y como los religiosos de esta Orden de Santo Domingo no comen carne y andan a pie, es
intolerable el trabajo que pasan y así viven poco, escribía el virrey Luis de Velasco al príncipe Felipe
en 1554
Y lo mismo pasaba con los agustinos», como fray Juan Bautista de Moya o el increíblemente penitente
fray Antonio de Roa. Ejemplo de pobreza Los religiosos de las tres órdenes se opusieron abiertamente
a que los indios pagaran el diezmo, para que no imaginaran que los misioneros habían venido en
busca de su personal provecho. Ellos querían vivir pobres como los indios, «ya que éstos, en su
mayoría, ignoraban la codicia y llevaban una vida durísima o miserable. De ahí, quizá más que de sus
beneficios, nació la honda veneración y amor que les tuvieron: "los religiosos casi son adorados de los
indios pudo escribir sin exagerar Suárez de Peralta . Y esto era así para los indios «fueran los que
fueran sus misioneros, franciscanos, agustinos o dominicos». Éstas eran «las admirables y excelsas
virtudes de tantos de los fundadores de la Iglesia en la Nueva España». Y tal es la llave que abre las
almas. sin ella, todo apostolado viene a parar en inmediato y definitivo fracaso, o se queda apenas
Arquitectura religiosa
La construcción de iglesias fue sorprendentemente temprana. Viéndolas ahora, produce asombro
comprobar que aquellos frailes construyeran tan pronto con tanta solidez y belleza, como si
estuvieran en Toledo o en Burgos, con una conciencia cierta de que allí estaban plantando Iglesia para
siglos. Ya a los quince años de llegados los españoles, puede decir Motolinía que «en la comarca de
México hay más de cuarenta pueblos grandes y medianos, sin otros muchos pequeños a éstos
sujetos. Están en sólo este circuito que digo, nueve o diez monasterios bien edificados y poblados de
religiosos. En los pueblos hay muchos iglesias, porque hay pueblo, fuera de los que tienen
monasterio, de más de diez iglesias; y éstas muy bien aderezadas, y en cada una su campana o
campanas muy buenas. Son todas las iglesias por de fuera muy lucidas y almenadas, y la tierra en sí
que es alegre y muy vistosa, y adornan mucho a la ciudad
Quien hoy viaja por México, sobre todo por la zona central, se maravilla de ver preciosas iglesias
por todas partes. En regiones como Veracruz, Puebla, el valle de Cholula, hay innumerables iglesias
del siglo XVI. Los templos dedicados a San Francisco o a Santo Domingo, que suelen ser en México
los más antiguos, son muestras encantadoras del barroco indiano. En los retablos, y especialmente
en los camerinos de la Virgen, el genio ornamental indígena se muestra deslumbrante. Y junto al
templo de religiosos, ya al exterior, se abrían amplísimos atrios bien cercados, con una cruz al
medio y capillas en los ángulos, donde se concentraba la indiada neocristiana, y que hoy suelen ser
jardines contiguos a las iglesias.
La grandiosidad a un tiempo sobria e imponente de estos centros misioneros conventuales -y lo
mismo los conventos de dominicos y agustinos-, se explica porque no sólo habían de servir de iglesia,
convento, almacén, escuela, talleres, hospital y cuántas cosas más, sino porque debían ser también
ante los indios una digna réplica de las maravillosas ciudades sagradas anteriores: Teotihuacán,
Cholula, Cacaxtla, Monte Alban
Alzamiento de cruces
Ya vimos que Hernán Cortés doquiera que llegaba, luego levantaba la cruz. Los misioneros,
igualmente, alzaron el signo de la Cruz por todo México: en lo alto de los montes, en las ruinas de los
templos paganos, en las plazas y en las encrucijadas de caminos, en iglesias, retablos y hogares
cristianos, en el centro de los grandes atrios de los indios... Siempre y en todo lugar, desde el principio,
los cristianos de México han venerado la Cruz como signo máximo de Cristo, y sus artesanos han sabido
adornar las cruces en cien formas diversas, según las regiones
No exageraba, pues, Motolinía al escribir: «Está tan ensalzada en esta tierra la señal de la cruz por todos
los pueblos y caminos, que se dice que en ninguna parte de la cristiandad está tan ensalzada, ni adonde
tantas y ni tales ni tan altas cruces haya; en especial las de los patios de las iglesias son muy solemnes,
las cuales cada domingo y cada fiesta adornan con muchas rosas y flores, y espadañas y ramos», como
todavía hoy puede verse
Dispersión apostólica
Estos frailes, sin la dura arrogancia de los primeros conquistadores, se ganaron el afecto y la confianza
de los indios. En efecto, los indios veían con admiración el modo de vivir de los frailes: descalzos, con un
viejo sayal, durmiendo sobre un petate, comiendo como ellos su tortilla de maíz y chile, viviendo en
casas bajas y pobres. Veían también su honestidad, su laboriosidad infatigable, el trato a un tiempo
firme y amoroso que tenían con ellos, los trabajos que se tomaban por enseñarles, y también por
defenderles de aquellos españoles que les hacían agravios.
Con todo esto, según dice Motolinía, los indios llegaron a querer tanto a sus frailes que al obispo
Ramírez, presidente de la excelente Audiencia, le pidieron que no les diesen otros sino los de San
Francisco, porque los conocían y amaban, y eran de ellos amados. Y cuando él les preguntó la causa,
respondieron: Porque éstos andan pobres y descalzos como nosotros, comen de lo que nosotros,
asiéntanse entre nosotros, conversan entre nosotros mansamente. Y se dieron casos en que, teniendo
los frailes que dejar un lugar, iban llorando los indios a decirles: Que si se iban y los dejaban, que
también ellos dejarían sus casas y se irían tras ellos; y de hecho lo hacían y se iban tras los frailes. Esto
yo lo vi por mis ojos
Nunca aceptaron ser obispos cuando les fue ofrecido, aunque en esto hay diversos pareceres en si
acertaron o no», pues, como dice Motolinía, «para esta nueva tierra y entre esta humilde generación
convenía mucho que fueran obispos como en la primitiva Iglesia, pobres y humildes, que no buscaran
rentas sino ánimas, ni fuera menester llevar tras sí más de su pontifical, y que los indios no vieran
obispos regalados, vestidos de camisas delgadas y dormir en sábanas y colchones, y vestirse de muelles
vestiduras, porque los que tienen ánimas a su cargo han de imitar a Jesucristo en humildad y pobreza, y
traer su cruz a cuestas y desear morir en ella
A la hora de comer iban los frailes al mercado, a pedir por amor de Dios algo de comer, y eso comían.
Tampoco quisieron beber vino, que venía entonces de España y era caro. Ropa apenas tenían otra que la
que llevaban puesta, y como no encontraban allí sayal ni lana para remendar la que trajeron de España,
que se iba cayendo a pedazos, acudieron al expediente de pedir a las indias que les deshiciesen los
hábitos viejos, cardasen e hilasen la lana, y tejieran otros nuevos, que tiñieron de azul por ser el tinte
más común que había entre los indios
Entre los misioneros había ideas distintas sobre la forma de convertir a los indígenas. Unos pensaban
simplemente en destruir los templos, prohibir los antiguos rituales y castigar a quienes insistieran en
practicarlos. Otros creían que era necesario convencer a los indígenas mediante la prédica y el ejemplo;
para lograrlo deberían conocer la lengua y las costumbres de cada pueblo y tratar humanamente a las
personas.
Estas diferencias provocaron conflictos dentro de la Iglesia católica y frecuentes enfrentamientos entre
los defensores de los indígenas, por un lado y, los colonizadores y el gobierno español por el otro. Gran
parte del conocimiento que tenemos sobre las culturas indígenas de la época de la conquista se lo
debemos a los misioneros. Aprendieron las lenguas, escribieron diccionarios y recogieron información
valiosa sobre el saber y las formas de vida prehispánicas.
Sacramentos
El sacramento de la penitencia comenzó a administrarse el año 1526 en la provincia de Texcoco, y al
decir de Motolinía, con mucho trabajo porque apenas se les podía dar a entender qué cosa era este
sacramento. Por esos años, siendo todavía pocos los confesores, «el continuo y mayor
trabajo que con estos indios se pasó fue en las confesiones, porque son tan continuas que todo el año
es una Cuaresma, a cualquier hora del día y en cualquier lugar, así en las iglesias como en los caminos...
Muchos de éstos son sordos, otros llagados» y malolientes, otros no saben expresarse, o lo hacen con
mil particularidades..,«Bien creo yo que los que en este trabajo se ejercitaren y perseveraren fielmente,
que es un género de martirio, y delante de Dios muy acepto servicio
A veces los indios se confesaban por escrito o señalando con una paja en un cuadro de figuras
dibujadas . Acostumbrados, como estaban, desde su antigua religiosidad, a sangrarse y a
grandes ayunos penitenciales, «cumplen muy bien lo que les es mandado en penitencia, por grave
cosa que sea, y muchos de ellos hay que si cuando se confiesan no les mandan que se azoten, les
pesa, y ellos mismos dicen al confesor: ¿por qué no me mandas disciplinar?»; porque lo tienen por
gran mérito, y así se disciplinan muchos de ellos todos los viernes de la Cuaresma, de iglesia en
iglesia», sobre todo en la provincia de Tlaxcala) Realmente en esto los frailes se veían
comidos por los fieles conversos. «No tienen en nada irse a confesar quince y veinte leguas. Y si en
alguna parte hallan confesores, luego hacen senda como hormigas
Al principio la comunión no se daba sino a muy pocos de los naturales pero el papa Paulo III,
movido por una carta del obispo dominico de Tlaxcala, fray Julián Garcés, mandó que no se les
negase, sino que fuesen admitidos como los otros cristianos. La misma norma fue
acordada en 1539 por el primer concilio celebrado en México.
Bautismo y catecismo
El bautismo fue vivamente deseado por los indios, según se aprecia en diversos relatos. Al paso de los
frailes, dice Motolinía, «les salen los indios al camino con los niños en brazos, y con los dolientes a
cuestas, y hasta los viejos decrépitos sacan para que los bauticen... Cuando van al bautismo, los unos
van rogando, otros importunando, otros lo piden de rodillas, otros alzando y poniendo las manos,
gimiendo y encogiéndose, otros lo demandan y reciben llorando y con suspiros
Al principio de la evangelización, eran tantos los que se venían a bautizar que los sacerdotes
bautizantes muchas veces les acontecía no poder levantar el jarro con que bautizaban por tener el
brazo cansado, y aunque remudaban el jarro les cansaban ambos brazos... En aquel tiempo acontecía a
un solo sacerdote bautizar en un día cuatro y cinco y seis mil. Con todo esto, dice Motolinía,
«a mi juicio y verdaderamente, serán bautizados en este tiempo que digo, que serán 15 años, más de
nueve millones. En los comienzos, bautizaron sólo con agua, pero luego hubo disputas con
religiosos de otras órdenes, que exigían los óleos y ceremonias completas Y antes de que
hubiera obispos, sólo Motolinía administró la confirmación, en virtud de las concesiones hechas por el
Papa a estos primeros misioneros.
La celebración de matrimonios planteó problemas muy graves y complejos, dada la difusión de la
poligamia, sobre todo entre los señores principales, que a veces tenían hasta doscientas mujeres.
Queriendo los religiosos menores poner remedio a esto, no hallaban manera para lo hacer, porque
como los señores tenían las más mujeres, no las querían dejar, ni ellos se las podían quitar, ni
bastaban ruegos, ni amenazas, ni sermones para que dejadas todas, se casasen con una en faz de la
Iglesia. Y respondían que también los españoles tenían muchas mujeres, y si les decíamos que las
tenían para su servicio, decían que ellos también las tenían para lo mismo. De hecho, el
marido tenía en sus muchas mujeres una fuerza laboral nada despreciable, de la que no estaba
dispuesto a prescindir
No había modo. En fin, con la gracia de Dios, pues «no bastaban fuerzas ni industrias humanas, sino
que el Padre de las misericordias les diese su divina gracia» (III,3, 318), fueron acercándose los indios
al vínculo sacramental del matrimonio. Y entonces, «era cosa de verlos venir, porque muchos de ellos
traían un hato de mujeres y hijos como de ovejas», y allí había que tratar de discernir y arreglar las
cosas, para lo que los frailes solían verse ayudados por indios muy avisados y entendidos en posibles
impedimentos, a quienes los españoles llamaban licenciados
la resistencia indígena
Entre 1524 y 1526, estando ausente Cortés en las expedición de las Hibueras (Honduras), se produjeron
bandos y tumultos entre los españoles, tan graves que sin los frailes se hubieran destrozado unos a
otros, dando lugar a que los indios acabaran con ellos. Aquí se vio, como en otras ocasiones, que los
frailes, pobres y humildes, eran también fuertes y decididos ante sus paisanos españoles. Éstos a veces
no hacían de ellos demasiado caso, concretamente en lo de sacar y ajusticiar a los perseguidos que se
acogían a la Iglesia. Así las cosas, en aquella ocasión, fray Martín de Valencia, tras intentar ponerles en
razón con buenas palabras, hubo de presentar los breves de León X y Adriano VI, y comenzó a usar de
su autoridad, llegando a maldecir ante Dios a los españoles si no hacían caso de sus mandatos. Esto los
acalló por el momento
Pero por esos años, todavía desordenados y anárquicos, las críticas a los frailes fueron, al parecer,
amargas y frecuentes, pues éstos denunciaban los abusos que se daban. Según refiere don Fernando
de Alva Ixtlilxochitl, en aquellos primeros años, los españoles estaban muy mal con los religiosos,
porque volvían por los indios, de tal manera que no faltó sino echarlos de México; y aun vez hubo, que
un cierto religioso estando predicando y reprendiendo sus maldades, se amotinaron de tal suerte
contra este sacerdote, que no faltó sino echarlo del púlpito abajo
Cuenta Motolinía que algunos decían: Estos frailes nos destruyen, y quitan que no estemos ricos, y
nos quitan que se hagan los indios esclavos; hacen bajar los tributos y defienden a los indios y los
favorecen contra nosotros; son unos tales y unos cuales» -expresión muy mexicana que, como se ve,
viene de antiguo- (III,1, 288). A todo lo cual respondían los frailes: «Si nosotros no defendiésemos a los
indios, ya vosotros no tendríais quién os sirviese. Si nosotros los favorecemos, es para conservarlos, y
para que tengáis quién os sirva; y en defenderlos y enseñarlos, a vosotros servimos y vuestras
conciencias descargamos; porque cuando de ellos os encargasteis, fue con obligación de enseñarlos; y
no tenéis otro cuidado sino que os sirvan y os den cuanto tienen o pueden haber
Otra veces los españoles también se quejaban y murmuraban diciendo mal de los frailes, porque
mostraban querer más a los indios que no a ellos, y que los reprendían ásperamente. Lo cual era causa
que les faltasen muchos con sus limosnas y les tuviesen una cierta manera de aborrecimiento». Los
frailes a esto respondían: «No costaron menos a Jesucristo las ánimas de estos indios como las de los
españoles y romanos, y la ley de Dios obliga a favorecer y a animar a éstos, que están con la leche de la
fe en los labios, que no a los que la tienen ya tragada por la costumbre
Tampoco veían bien algunos españoles que los frailes, concretamente en el Colegio de Santa Cruz de
Tlatelolco, dieran una instrucción tan elevada a los indios, poniéndoles a la altura de los
conquistadores, y a veces más alto. A lo que el padre Mendieta replica Si Dios nos sufre a los
españoles en esta tierra, es por el ejercicio que hay de la doctrina y aprovechamiento espiritual de los
indios, y faltando esto, todo faltaría y acabaría. Porque fuera de esta negociación de las ánimas (para lo
cual quiso Dios descubrirnos esta tierra todo lo demás es cobdicia pestilencial y miseria de mal
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Impresiones
Hace no mucho se ha conocido un códice de la Biblioteca Vaticana, el Libro de los coloquios y la
doctrina cristiana, compuesto en náhuatl y castellano por Bernardino de Sahagún, en el que se refieren
«todas las pláticas, confabulaciones y sermones que hubo entre los Doce religiosos y los principales, y
señores y sátrapas de los indios, hasta que se rindieron a la fe de nuestro Señor Jesucristo y pidieron
con gran insistencia ser bautizados. Estas conversaciones se
produjeron en 1524,luego como llegaron a México, según Mendieta. Y el encuentro se planteó no
como un monólogo de los franciscanos, sino como un diálogo en el que todos hablaban y todos
escuchaban.
El Libro constaba de treinta capítulos, y de él se conservan hoy catorce. En los capítulos 1-5 se recoge la
exposición primera de la fe en Dios, en Cristo y en la Iglesia, así como la vanidad total de los ídolos. La
respuesta de los indios principales, 6-7, fue extremadamente cortés: «Señores nuestros, seáis muy bien
venidos; gozamos de vuestra venida, todos somos vuestros siervos, todo nos parece cosa celestial»...
En cuanto al nuevo mensaje religioso «nosotros, que somos bajos y de poco saber, ¿qué podemos
decir?...No nos parece cosa justa que las costumbres y ritos que nuestros antepasados nos dejaron,
tuvieron por buenas y guardaron, nosotros, con liviandad, las desamparemos y destruyamos»
Informados los sacerdotes aztecas, hubo en seguida otra reunión, en la que uno de los sátrapas,
después de manifestar admiración suma por «las celestiales y divinas palabras» traídas por los frailes
en las Escrituras, y tras mostrarse anonadado por el temor de provocar la ira del Señor si rechazaban el
mensaje de «aquél que nos dio el ser, nuestro Señor, por quien somos y vivimos», aseguró que sería
locura abandonar las leyes y costumbres de los antepasados: «Mirad que no incurramos en la ira de
nuestros dioses, mirad que no se levante contra nosotros le gente popular si les dijéramos que no son
dioses los que hasta aquí siempre han tenido por tales». Lo que los frailes les han expuesto, en modo
alguno les ha persuadido. De una manera sentimos todos: que basta haber perdido, basta que nos
han tomado la potencia y jurisdicción real. En lo que toca a nuestros dioses, antes moriremos que dejar
su servicio y adoración. Hablaban así con gran pena, pero con toda sinceridad.
Tras esta declaración patética, los misioneros reiteran sus argumentos. Y al día siguiente, capítulos
9-14, hicieron una exposición positiva de la doctrina bíblica. De lo que sigue, sólo se conservan los
títulos. El 26 contiene «la plática que los señores y sátrapas hicieron delante de los Doce, dándoles a
entender que estaban satisfechos de todo lo que habían oído, y que les agradaba mucho la ley de
nuestro señor Dios». Finalmente, se llegó a los bautismos y matrimonios «después de haber bien
examinado cuáles eran sus verdaderas mujeres». Y a continuación los frailes «se despidieron de los
bautizados para ir a predicar a las otras provincias de la Nueva España». Este debió ser el esquema
general de las evangelizaciones posteriores.
Después de esto los Doce, con algun franciscano que ya vino antes, se reunieron presididos por fray
Martín de Valencia, que fue confirmado como custodio. Primero de todo hicieron un retiro de oración
durante quince días, pidiendo al Señor ayuda «para comenzar a desmontar aquella su tan amplísima
viña llena de espinas, abrojos y malezas», y finalmente decidieron repartirse en cuatro centros: México,
Texcoco, Tlaxcala y Huejotzingo