A la inversa de los escritores del siglo pasado, que se
proponían fundamentalmente la descripción objetiva
del mundo externo, el novelista de hoy se vuelve en
un primer movimiento hacia el misterio primordial
de su propia existencia (subjetivismo) y en un
segundo movimiento hacia la visión de la totalidad
sujeto-objeto desde su conciencia (fenomenología).
El tiempo
interior.
La ficción que añoran
esos críticos era espacial
y su tiempo era el
cosmológico, el de los
relojes y almanaques.
El
subconsciente.
En el descenso al yo no sólo tenía que
enfrentarse el novelista con la subjetividad a
que ya nos tenía acostumbrados el
romanticismo (Werther, Adolphe) sino con
las regiones profundas del subconsciente y
del inconsciente.
La ilogicidad
En este mundo nocturno no es válido el
determinismo del mundo de los objetos, ni su
lógica. Al explorar y describir esos abismos, el
novelista de hoy se ve obligado así a abandonar
el viejo instrumental de la razón y de las
ciencias naturales, tan caro al espíritu del siglo
XIX
El mundo desde el yo
Desaparece la vieja y abstracta
división entre el sujeto y el
objeto. Y con ella el concepto de
mundo y de paisaje tal como lo
concebía el novelista de antes
El Otro.
caso porque, como decía Kierkegaard,
alcanzamos la universalidad indagando
nuestro propio yo, en virtud de esa
dialéctica existencial, se empezó a
advertir la existencia del Otro en la
medida en que más el hombre parecía
hundirse en sus propios abismos.
Leí comunión.
Al prescindir de un punto de vista
supra-humano, al reducir la novela (como es
la vida) a un conjunto de seres que viven la
realidad desde su propia alma, el novelista
tenía que enfrentarse con uno de los más
profundos y angustiosos problemas del
hombre: el de su soledad y su comunicación.
Sentido sagrado
del cuerpo
Como el yo no existe al estado puro sino
fatalmente encarnado, la comunión entre las
almas es intento híbrido y por lo general
catastrófico entre espíritus encarnados.
El conocimiento.
Como consecuencia de todo esto,
la literatura ha adquirido una
nueva dignidad, a la que no estaba
acostumbrada: la del conocimiento.