¿Tenemos control sobre nuestra
«normalidad»?
Sobre nuestra ética, todo. Sobre la
percepción ajena, nada. A pesar de nuestro intento de objetivar la
normalidad, cada individuo tiene su propia vara de medir. Esto,
lamentablemente, incluye también a los garantes de las normas –entiéndase,
leyes, códigos, etc. es decir, a los jueces, agentes y funcionarios. Podemos
intentar aparentar –incluso exagerar– nuestra normalidad,
pero, más allá de vulneraciones flagrantes, sin ninguna garantía de éxito. No
depende de nosotros. Por lo tanto, la combinación de esta discrecionalidad
individual con la mutante frontera del colectivo determina un no pequeño riesgo
letal de ser expulsado al infierno de la anormalidad.
Conclusiones.De las reflexiones anteriores se desprende que no conviene emplear el término normalidad con ligereza. Nada hay más relativo. Todos somos vistos de algún modo, o en algún momento, como normales o anormales. Antes de hablar «por boca de ganso», conviene asegurarse de que la supuesta normalidad es obvia, que se encuentra razonablemente próxima a «la media» y que, consecuentemente, está muy alejada de la eventual anormalidad. En caso contrario, mejor abstenerse. Y no conviene olvidar que «Lo que hace normal a la normalidad es, precisamente, la diversidad»