Según Winnicott, con el tiempo, el objeto transicional queda relegado y pierde significado el objeto en sí; los fenómenos transicionales se extienden a todo el territorio intermedio entre lo interno y lo exterior: el campo cultural (juego, creación, arte, religión, sueño, fetichismo, drogas, rituales).
En el juego, el niño o el adulto son libres de ser creadores y usar toda la personalidad.
En clínica se atienden individuos que necesitan ayuda y buscan su persona, y tratan de encontrarse en los productos de su experiencia creadora. Es infructuoso. Si el artista busca su persona, puede que ya exista un fracaso en su vivir creador. «La creación terminada nunca cura la falta subyacente de sentimiento de la persona».
Explicarlo no es suficiente, que se lo comprenda racionalmente no suplanta la necesidad de restaurar el estado del jugar, que implica lograr un estado de reposo, relajamiento y libertad, que se logra en condiciones de confianza, y que permite la actividad creadora, desde la cual «el individuo puede integrarse, actuar como una unidad, no en defensa de la ansiedad sino como una expresión del Yo Soy, estoy vivo, soy yo mismo». A partir de esta posición, todo es creador.
La libre asociación de ideas requiere este estado, también.
Tanto la experiencia cultural como el juego son el espacio potencial entre el individuo y el ambiente-objeto. El uso que el individuo puede dar a dicho espacio no depende de la herencia, sino que está determinado por las experiencias vitales de sus primeras etapas de existencia, durante las cuales su dependencia es máxima y requiere desarrollar confianza. El niño «privado» es inquieto e incapaz de jugar y de tener experiencias culturales, es confundido por elementos persecutorios que no puede combatir.
Juego y experiencia cultural