PEDAGOGÍAS DE LA
MODERNIDAD Y
DISCURSOS
POSTMODERNOS SOBRE
LA EDUCACIÓN
1. RESUMEN: Este trabajo trata, en su
primera parte, sobre la identificación y
ordenación de paradigmas, teorías,
corrientes o tendencias educativas de la
modernidad (y más concretamente, del
siglo XX).
2. En relación con ello se propone y
ejemplifica un sistema taxonómico que
combina criterios teleológicos y
epistemológicos. A partir de la constatación
de la ausencia de pedagogías relevantes
genuinamente postmodernas, en la segunda
parte del artículo se indaga sobre el tipo de
discurso pedagógico que hasta ahora ha sido
capaz de generar el pensamiento
postmoderno.
3 Una de las conclusiones que se razonan
es la de que este pensamiento ha
producido un discurso crítico sobre la
educación de cierto interés, pero que ha
sido notoriamente estéril en cuanto a la
dimensión normativa de la pedagogía. Y
ello, debido a los propios presupuestos
postmodernos
4. ORDENAR PEDAGOGÍAS
5. FORMAS Y PROPUESTAS PARA
ORDENAR PEDAGOGÍAS
6. Aunque, como hemos dicho, no es fácil
identificar y ordenar corrientes
pedagógicas, las exigencias
académico-didácticas y el reto
epistemológico de sistematizar el
conocimiento han conducido a diferentes
propuestas e intentos clasificatorios. En
lo que sigue citaremos y comentaremos
algunos de ellos.
7. Unos de ellos. Una de las
propuestas más utilizadas en los
últimos años consiste en la
aplicación al caso pedagógico de la
distinción, elaborada por Habermas
en Conocimiento e Interés (1989),
entre tres tipos diferentes de
conocimiento en el ámbito de las
ciencias sociales.
8. Para Habermas el conocimiento tiene que ver
con las necesidades o intereses que mueven a las
personas a conocer, y tales intereses pueden ser
de tres tipos: el interés técnico motivado por el
deseo de dominar la naturaleza, el interés práctico
que es el que lleva a las personas a entenderse y,
por último, el interés emancipatorio propio de las
teorías críticas que pretenden conocer la realidad
para transformarla. Esta distinción daría lugar a
tres paradigmas distintos:
9.El positivista, el interpretativo y el crítico. En el
campo del conocimiento educativo entre los
primeros autores en emplear tal distinción están
Carr y Kemis (1988, 1990).
10 Posteriormente, aunque con distintos
matices conceptuales y variantes
terminológicas4 , esta manera de
diferenciar entre paradigmas
pedagógicos (o modelos, concepciones,
corrientes...) se ha convertido en muy
usual y casi en un lugar común.
11. El uso y la extensión de este sistema triádico
para diferenciar pedagogías es justificable dado
que tiene ciertas ventajas: resulta
conceptualmente claro y goza de un pedigrí
intelectualmente prestigioso.
12. También es cierto que su utilización suele ir
acompañada de valoraciones connotativas (o
incluso denotativas) de tipo ideológico: no deja de
ser curioso, aunque fácilmente explicable, que
quienes más la usan son quienes, directa o
indirectamente, se apuntan al paradigma crítico.
13 Pero el problema de esta distinción
paradigmá- tica es que quizá tenga un
origen demasiado externo o exterior a la
pedagogía; es decir, que se trata de un
molde conceptual o epistemológico que no
siempre se aviene a la naturaleza propia
del conocimiento pedagógico.
14. Es por eso que el esquema resulta
útil y funciona muy bien en abstracto
(esas tablas que describen
comparativamente las características
de cada uno de los tres paradigmas),
pero en cambio rechina un poco más
cuando hay que ubicar en él autores o
pedagogías concretas.
15. A lo sumo se cita entonces a un número muy reducido
de autores que supuestamente resultarían muy emblemá-
ticos de cada paradigma: Freire, pongamos por caso, es
siempre el ejemplo emblemático del paradigma crítico
16. Lo que ocurre, sin embargo, es que las pedagogías
concretas, las pedagogías con nombres y apellidos, las
pedagogías mínimamente amplias que a la vez son reflexivas,
normativas y prácticas, suelen ser muy versátiles y se resisten
a dejarse ubicar unilateralmente en alguno de los tres cajones.
17. En ellas no resulta difícil encontrar, a la vez, enunciados y
contenidos positivistas o tecnológicos, reflexiones y discursos
comprensivos acreditables en el paradigma interpretativo, y
proyecciones y propuestas típicamente críticas.
18. Sin ir más lejos, en la misma obra de Freire,
emblema como hemos dicho del modelo crítico,
hay propuestas metodológicas perfectamente
legibles desde un planteamiento tecnológico y,
no hay que decirlo, contenidos discursivos que
para nada le harían ascos a una etiqueta
hermenéutica18
19.Otras varias propuestas para
ordenar pedagogías comparten
con la que acabamos de comentar
la dificultad de resultar
excesivamente exteriores al
propio conocimiento pedagógico.
18. Nos referimos, en general, a aquellas que parten
de categorías propias de disciplinas próximas a la
pedagogía o que también abordan el fenómeno
educativo desde sus respectivas ópticas.
19.Cuando se distingue entre pedagogía de la esencia
y pedagogía de la existencia5 , o cuando se habla de
pedagogía idealista, materialista, existencialista.
20. Se están utilizando criterios de demarcación filosóficos para clasificar
pedagogías. Lo mismo ocurre, pero ahora desde la psicología, cuando se
habla de psicología asociacionista o conductista, psicoanalítica,
cognitivista, constructivista...; o desde la economía o la sociología,
cuando hablamos de la teoría del capital humano, del credencialismo, de
la teoría de la correspondencia, de las corrientes funcionalistas, de la
teoría de la reproducción, etc.
21. De todas estas distinciones surgen
formas diferentes de roturar el
universo del conocimiento sobre la
educación, y cada una de ellas enfatiza
dimensiones o aspectos distintos y
seguramente complementarios del
fenómeno educativo.
21. La educación supone aprendizaje y, por tanto,
de las distintas teorías psicológicas del aprendizaje
pueden desprenderse también diferentes formas
de interpretar lo educativo; la educación es
también un hecho social y, por tanto, las diversas
corrientes sociológicas suponen sendos enfoques
de la realidad educativa.
22. Y en este sentido, si se construyen con un mínimo rigor,
todas aquellas clasificaciones pueden ser válidas y útiles. Sin
embargo, por el hecho de tener un origen exterior a lo
pedagógico y por parciales en el sentido que sólo enfatizan la
dimensión de lo educativo que corresponde a la disciplina de
que se trate, estos sistemas de ordenación tienen los mismo
límites que la distinción habermasiana que comentábamos
antes
23. Las que acabamos de citar ordenan filosofías o
psicologías o sociologías de la educación, y cuando así
se presentan nada hay que oponer a tales intentos. El
problema está en los casos en que con tales criterios o
categorías se pretenden clasificar pedagogías en el
sentido estipulado al principio del artículo, porque
entonces, como decíamos, los encuadres rechinan
demasiado.
24. Aparte de estos intentos clasificatorios desde criterios
externos, ha habido otras formas de presentación de
corrientes y tendencias pedagógicas que también han
sido muy utilizadas. Se trata de formas de presentación
que resultan como más genuinamente pedagógicas.
Aparte de estos intentos clasificatorios desde criterios
externos, ha habido otras formas de presentación de
corrientes y tendencias pedagógicas que también han
sido muy utilizadas. Se trata de formas de presentación
que resultan como más genuinamente pedagógicas.
25.Nos referimos a repertorios de corrientes pedagógicas
como el que distingue entre, por ejemplo, pedagogía
tradicional, pedagogía activa, pedagogía antiautoritaria,
etc. Este tipo de presentación ha sido y sigue siendo muy
usual en programas de materias pedagógicas generales y
en obras que tratan de reflejar los autores y tendencias
más significativos de la pedagogía contemporánea6 .
26 El esfuerzo o la aportación de propuestas como éstas, está
más en la selección que en la ordenación de las corrientes a
partir de criterios que puedan ayudar a presentarlas de manera
agrupada y no como una simple enume- ración. Es decir, no se
trata de taxonomías ni casi de ordenaciones sino de repertorios
de pedagogías que se aglutinan alrededor de un rasgo de
identidad o de una idea fuerte común a todas ellas: activismo
(Escuela Nueva, Montessori, Decroly, Ferriere...),
antiautoritarismo (Neill, Rogers, Pedagogía Institucional ...),
pedagogías socialistas (Makarenko, Suchodolski...),
desescolarización (Goodman, Illich, Reimer...), etc
27. Es decir, no se trata de taxonomías ni casi de
ordenaciones sino de repertorios de pedagogías que se
aglutinan alrededor de un rasgo de identidad o de una
idea fuerte común a todas ellas: activismo (Escuela Nueva,
Montessori, Decroly, Ferriere...), antiautoritarismo (Neill,
Rogers, Pedagogía Institucional ...), pedagogías socialistas
(Makarenko, Suchodolski...), desescolarización (Goodman,
Illich, Reimer...), etc.
1. INTRODUCCIÓN: una de las dificultades que conlleva la
elaboración de los programas de determinadas asignaturas
pedagógicas, es la de elegir y ordenar las tendencias (o teorías,
paradigmas, corrientes... educativas) que debieran ser tratadas en el
curso. Un problema parecido (en realidad, prácticamente idéntico) es
el que tienen los autores de manuales universitarios para aquellas
materias o quienes han de elaborar un proyecto docente para
presentarse a unas oposiciones. El problema, como ya se ha
sugerido, es doble: seleccionar de entre la diversidad de corrientes
existentes las más relevantes o significativas; y presentarlas de una
forma más o menos ordenada a partir de determinados criterios
que eviten la apariencia de una simple enumeración arbitraria.
2. En realidad, seleccionar y ordenar los contenidos es una
exigencia didáctica presente en cualquier proceso de ense-
ñanza-aprendizaje y, por tanto, una tarea común a cualquier
materia. Lo que ocurre es que en algunas de ellas esta tarea
didáctica presenta dificultades añadidas previas que son
fruto de la naturaleza y del estado propio de las disciplinas
de que se trate.
3. En las ciencias –digamos– duras, aunque en ellas puedan coexistir diversos
paradigmas, teorías y opciones metodológicas, la identificación de los mismos
resulta relativamente clara; puede haber debate entre tales opciones, pero
también un acuerdo básico sobre cuáles son estas opciones. En las ciencias
humanas y sociales (y quizá aun más en la pedagogía, por su carácter
normativo), en cambio, este acuerdo sobre la identificación y ordenación de
paradigmas, teorías, corrientes, tendencias... resulta mucho más difícil.
4. A la discusión entre los supuestos paradigmas precede la duda
sobre cuáles sean éstos o, incluso, sobre si los hay o no los hay.
Tomando la idea de Kuhn, diríamos que tales disciplinas se
encuentran en un estado preparadigmático (Kunh, 1975).
5. Este trabajo pretende incidir, en su primera parte
(Ordenar pedagogías), en el problema de la identificación y
ordenación de teorías, corrientes o tendencias pedagógicas;
para simplificar, en lo sucesivo las llamaremos pedagogías, y
en el contexto de este artículo estipulamos como tales: a
todos aquellos conjuntos diferenciados de contenidos
(interpretaciones, principios, sistemas, normas, métodos...)
relativos a la educación que cumplan las tres condiciones
siguientes:
6.• Que se refieran a la
educación a partir de un
cierto nivel de amplitud o
globalidad
7. Con eso queremos decir que aquí no consideraremos como una
pedagogía, por ejemplo, a una metodología didáctica concreta para enseñar
ciencias naturales, a un determinado sistema de evaluación educativa o a
una teoría sobre las causas del fracaso escolar. No consideraremos pues a
las que podrían llamarse «teorías de los elementos del proceso educativo»
(teorías sobre el educando, sobre el educador, sobre los fines de la
educación, sobre los instrumentos de la educación...) y «teorí- as sectoriales
de la educación» (teorías didácticas, de la orientación, de la organización
escolar...)2 , sino fundamentalmente a las teorías generales de la educación
(Trilla, 1987)3 .
8. Que tales conjuntos de contenidos tengan
una voluntad de coherencia interna
9. Es decir, que no constituyan una simple
acumulación o amontonamiento de
conocimientos dispersos y quizá contradictorios,
sino que entre ellos exista un grado razonable de
congruencia, continuidad, unidad de
planteamiento, etc. En este sentido, un
diccionario o una enciclopedia de pedagogía (a
no ser de los denominados “de autor”) no sería
una pedagogía, pero sí lo podría ser, en general,
un tratado de pedagogía
10. • incluyan como parte esencial contenidos de carácter
normativo. Entendemos como pedagogías aquéllas que no
sólo consisten en un conjunto de saberes descriptivos y/o
explicativos sobre el hecho educativo, sinQueo que también
se comprometen en la formulación de finalidades, normas,
principios o procedimientos para orientar la acción
educativa.
11. Una pedagogía no se contenta con el cómo es la
educación, sino que asume como reto esencial el cómo debe
ser la educación y cómo conseguir que lo sea. Más adelante
nos será útil distinguir entre pedagogías y discursos sobre
educación: a estos últimos no les sería exigible esta voluntad
normativa.12 Estipulado qué entenderemos aquí como
pedagogías, digamos que el intento de ordenación que de las
mismas presentaremos en este artículo va a referirse
fundamentalmente a pedagogías del siglo XX. Éste era
exclusivamente el propósito inicial.
. Pero el proceso de elaboración del artículo nos ha llevado a
ampliarlo con una segunda parte (Postmodernidad y
educación:¿pedagogías o discursos?) que ha resultado ser tan larga
como la primera. Este añadido ha sido fruto de una constatación y
una pregunta. La constatación es que, como se verá, el cuadro
taxonómico de pedagogías del siglo XX, que después presentaremos,
no incluye pedagogías postmodernas. Y no las incluye no porque los
autores decidieran, de entrada, excluirlas, sino porque creen que en
realidad no las hay. Sin duda el discurso postmoderno (y la presunta
realidad postmoderna) han generado pensamiento y debate sobre la
educación; pero de lo que dudamos es de que existan pedagogías
postmodernas, en el sentido estipulado más arriba. A reflexionar
sobre ello es a lo que estará dedicada la segunda parte del artículo.
UNA PROPUESTA
MÁS
Seguidamente vamos a proponer una
forma más de ordenar pedagogías. Es
una propuesta que intenta superar no
todos, pero si algunos de los límites o
problemas de las que acabamos de
presentar.
No será, como las últimas que
hemos visto, una simple
enumeración o repertorio de
corrientes pedagógicas, sino
que distribuirá a éstas según
determinados criterios
explícitos.
Criterios, sin embargo, que
procuraremos que sean
relativos a aspectos
pedagógicos relevantes.
Concretamente, la propuesta
siguiente combina dos criterios
distintos.
El primero, de carácter
teleológico, nos va a permitir
identificar las pedagogías por la
función social que cada una de
ellas asigna a la educación; y, el
segundo criterio, de carácter
epistemológico, tiene que ver
con el tipo de conocimiento
pedagógico que se produce.
En otras palabras, esta manera de ordenar o de
clasificar las diferentes pedagogías modernas nos
informa, por un lado, de un elemento pedagógico
clave de naturaleza ideológica, y, por el otro, de su
grado de practicidad y de vinculación con la
realidad educativa.
Según la función sociopolítica atribuida
a la educación, las pedagogí- as podrían
ordenarse a partir de un eje
transformación/conservación:
PEDAGOGÍAS
TRANSFORMADORAS:
contienen –en diferente grado– una dosis
importante de análisis crítico sobre las relaciones
de poder y las desigualdades sociales que se dan en
los diferentes sistemas que conforman la sociedad
(político, económico, educativo, cultural, etc.), pero
conciben simultáneamente la educación como una
herramienta de cambio, y proponen acciones
educativas y sociales encaminadas a promover la
transformación social.
Pedagogías conservadoras:
éstas, lejos de la perspectiva crítica de las anteriores, no cuestionan las
condiciones sociales en las que las instituciones educativas se hallan
inmersas, y entienden la educación exclusivamente como un proceso de
adaptación de las personas a su medio social, cultural, etc. Al no
cuestionar los aspectos centrales de las estructuras sociales y educativas,
ponen el acento en aquello que consideran que puede mejorar la función
adaptativa o reproductora del proceso educativo, contribuyendo a
conservar así el sistema organizativo, la cultura, los valores establecidos,
etc.
Con arreglo a si la pedagogía en cuestión se
circunscribe exclusivamente al terreno de la
producción teórica o si además tiene un
correlato más o menos directo con la
práctica, podríamos ordenar las teorías
educativas según un eje
practicidad/discursividad:
– Pedagogías discursivas:
son aquellas en las que predominan los contenidos
discursivo- 224 reflexivos. Es decir, las teorías que se
preocupan sobre todo de repensar y sistematizar una
serie de conocimientos acerca del fenómeno
educativo con la finalidad de explicarlo y orientarlo,
pero que no parten de experiencias educativas
concretas y significativas.
. Estas pedagogías suelen tomar como
referentes otras teorías, aportaciones de
diferentes ciencias (psicología,
antropología, etc.), planteamientos
políticos, filosóficos, religiosos, etc.,
elaborando conocimiento pedagógico con
un alto grado de abstracción.
Obviamente, pueden tener
repercusiones en la
realidad o la práctica
educativa, pero éstas
suelen ser diferidas y más
o menos difusas.
Pedagogías prácticas
en éstas encontramos además de aspectos teóricos o de
fundamentación –que pueden ser de la envergadura o no
de las anteriores– una correspondencia directa con la
práctica. Nos referimos, por tanto, a aquellas teorías que se
han confeccionado en interacción directa con la práctica
La práctica o la experiencia no es sólo
una fuente privilegiada de
información, sino que constituye un
ingrediente imprescindible en el
proceso de fundamentación teórica y
el lugar en el que la teoría se expresa
de la forma más clara.
De la combinación de ambos criterios de clasificación
obtenemos cuatro clases diferentes de pedagogías que
pueden expresarse gráficamente en un plano cartesiano
(figura I). En el eje de las ordenadas nos encontramos las
transformadoras y las conservadoras, y en el eje de las
abscisas las pedagogías discursivas y las prácticas.
Ambos ejes deben entenderse como un continuum, de forma que las
pedagogías se sitúan en el plano en función de sus énfasis respectivos
sobre la función sociopolítica que se adjudica a la educación y el tipo de
conocimiento pedagógico predominante en su contenido.
EJEMPLIFICACIÓN DEL CUADRO
1. Una vez presentados los criterios y el cuadro
resultante, veamos a título de ejemplo cómo podrían
distribuirse en él algunas pedagogías relevantes de la
modernidad. Pero antes de entrar en ello hay que
introducir algunas puntualizaciones.
2. En primer lugar, que se trata sólo de un intento de
ejemplificación. Los nombres propios o corrientes
pedagógicas identificables que aparecen en el
esquema son sólo una muestra de los existentes. Los
hemos elegido en razón de su significatividad para
poder ilustrar las diferentes formas de ubicarse en
relación con los criterios empleados.
3. Son todos los que están pero, desde luego, no están
todos los que son: tampoco cabrían7 . Los seleccionados
son autores o tendencias que han estado presentes en la
pedagogía del siglo XX; aunque hubiéramos podido
extendernos hacía atrás en el tiempo, nos ha parecido
que esta acotación temporal permite establecer
comparaciones entre las pedagogías incluidas en el
esquema.
4.En segundo lugar, hay que decir también que, como
no podía ser de otra manera, la ubicación de los
ejemplos es sólo aproximativa. Aparte de las
dificultades gráficas para su representación, la misma
versatilidad de algunas teorías, así como la evolución
del pensamiento de ciertos autores, dificultan el
intento de situarlos exactamente en unas u otras
coordenadas del esquema.
5.Por otro lado, resulta inevitable que
nuestra propia subjetividad interpretativa
juegue un cierto papel en el momento de
asignar a cada cual su lugar. Aún así,
creemos poder justificar, como se verá
enseguida, la distribución propuesta. En
tercer lugar, como se puede apreciar en el
cuadro, hemos ensayado algunas
agrupaciones.
6. Estas agrupaciones, aunque tampoco
son del todo arbitrarias, tienen
principalmente la función de facilitar la
lectura del esquema (sin ellas aparecería
como un puro amontonamiento de
nombres).
7. Las relaciones de vecindad
establecidas tienen que ver, sobre
todo, con los dos criterios
mencionados antes, y no
necesariamente con otros motivos de
proximidad o coincidencia en otros
aspectos pedagógicos o ideológicos.
9. Finalmente, decir que también tiene su explicación el hecho de
que en la parte superior del esquema aparezcan más nombres
propios que en la inferior. En la pedagogía del siglo XX han sido más
notorias las tendencias y autores renovadores que los otros. Eso no
significa, sin embargo, que en la realidad educativa hayan sido aqué-
llos los dominantes: sólo significa que las pedagogías innovadoras
han resaltado más.
Con todas estas precauciones a continuación
comentaremos brevemente los ejemplos
incluidos en la figura II.
En la parte más alta del esquema podemos encontrar a los
pedagogos y pedagogías transformadoras. Pedagogías,
unas más radicales que otras, pero todas ellas críticas con
la educación dominante de su época y con la sociedad que
las cobijaba.
Éstas confían, además, en la potencia de la acción
educativa como factor de transformación social. En la
parte superior izquierda hay algunos nombres de
pedagogos transformadores fundamentalmente prácticos
(Freinet, Makarenko, Neill, Ferrer y Guardia, Escuela de
Barbiana…); es decir, personajes que han pasado a la
historia sobre todo por aquello que hicieron y no sólo por
lo que pensaron.
Destacan más por sus realizaciones directas y por las
influencias que ellas generaron, que por la finura,
profundidad o sistematización de sus elaboraciones
teóricas. Crearon escuelas, experimentaron nuevos
métodos y técnicas y lo supieron narrar todo muy bien:
se les recuerda por todo eso más que por los conceptos
o por las construcciones intelectuales que elaboraron
Freinet es bastante indiscutible en este
apartado porque cumple con todos los
criterios que justificarían su ubicación:
confianza en la capacidad
transformadora de la acción escolar,
practicidad… Sus reflexiones teóricas no
pasan inadvertidas, pero tampoco
alcanzan la potencia de sus aportaciones
prácticas y técnicas.
Makarenko y Neill fueron dos
potentísimos educadores que
construyeron sus respectivos
sistemas pedagógicos por medio de
su propia práctica y que supieron
explicar y transmitir magníficamente
sus realizaciones.
Por contexto e ideología, cada uno hizo énfasis en
determinados valores de la modernidad: Neill en la libertad y
en la individualidad, y Makarenko en la igualdad y la
colectividad. Sus énfasis en tales valores fueron tan radicales
que eso mismo quizá les llevó a no relegar los restantes. Ferrer
y Guardia, con sus particularidades, también cuadra en este
grupo; quizá pedagó- gicamente menos original que los
anteriores, pero políticamente tanto o más beligerante que
ellos.
En el lado superior derecho hay
también autores y pedagogos
transformadores. Pero están ahí por
haberse dedicado más a pensar
críticamente la educación que en
llevarla ellos mismos a cabo. Gramsci
o Suchodolski desde el marxismo;
Goodman o Illich desde un
progresismo liberal y radical.
En el mismo cuadrante aparecen juntos por
psicólogos, Vigotsky, Piaget y Bruner. Sus
contribuciones se enfrentaron a los paradigmas de la
psicología dominante (asociacionismo,
conductismo...) y de la didáctica tradicional, además
de conceptualizar una nueva forma de entender el
desarrollo cognitivo
Desde perspectivas diferentes, estos tres autores ponen
el énfasis en las capacidades de aprendizaje de las
personas y en los procesos de interacción en la
construcción del conocimiento. Sus teorías sobre cómo se
desarrolla el proceso de aprendizaje han resultado
imprescindibles para fundamentar muchas de las teorías
y prácticas educativas coetáneas y posteriores, en el
sentido de remarcar la importancia de la educación
centrada en la actividad de los estudiantes y de la cultura
en la construcción de significados
Aún en el extremo superior, pero en la
mitad del eje practicidad/discursividad,
hemos puesto tres ejemplos de aquellos
casos en los que no sabríamos si destacar
su aportación reflexiva o su labor práctica.
Freire es uno de los ejemplos más claros de
continuidad y coherencia entre un
pensamiento pedagógico de profundidad
notable y una aportación metodológica
indiscutiblemente fructífera.
El movimiento de la Pedagogía Institucional francesa
que tuvo, sobre todo en la década de los años setenta,
una audiencia considerable y que aglutinó las más
varias influencias y conexiones progresistas de la
época (marxismo, psicoanálisis, psicología humanista,
pedagogía freinetiana, anarquismo sesentaiochista,
antipsiquiatría y contracultura), también presentó una
faz teórica de cierto relieve (Lobrot, Lapassade,
Loureau) acompañada de ensayos prácticos (Oury,
Vásquez…).
Un poco más abajo, pero en la mitad del eje
por la misma razón que la de los ejemplos
anteriores, encontramos a Dewey, a
Stenhouse y a Kohlberg. Todos ellos
destacan por una defensa decidida de la
democracia y por sus propuestas
pedagógicas en este sentido.
Además de que sus notables reflexiones teóricas (las del
primero quizá las más influyentes del siglo XX) han
servido como fundamento de otras teorías y realizaciones
educativas, ellos mismos mantuvieron una vinculación
concreta con la práctica pedagógica: Dewey con su
Escuela-Laboratorio de la Universidad de Chicago;
Stenhouse por medio de su Humanities Curriculum
Project; y Kohlberg con sus experiencias sobre
comunidades justas.
La razón de que ocupe una parcela mayor que el
resto se debe al número de relevantes
pedagogos y pedagogas, así como de métodos y
experiencias escolares que pueden inscribirse en
este movimiento (Montessori, Decroly, Ferrière,
Kerchensteiner, Claparède, etc.).
En la parte baja del esquema nos encontramos con
pedagogos y pedagogí- as conservadoras. Algunas más
que otras, pero todas ellas coinciden en la función
social que otorgan a la educación: adaptar a las
personas a la sociedad.
Por ejemplo, los planteamientos de las que
podríamos llamar «pedagogías macroeducativas
reformistas», que podrían ejemplificarse con las
conocidas obras escritas o dirigidas por Coombs
(1971, 1985), Faure (1972) y Delors (1996).
Las llamamos «macroeducativas» porque pretenden
ocuparse globalmente de la realidad educativa (tanto 229 en
su ámbito formal como en los no formal e informal) y por
interesarse más por la política y planificación educativa que
por los aspectos internos y didácticos de las instituciones de
enseñanza
Las aportaciones de estas pedagogías
macroeducativas destacan más en el
diagnóstico que hacen del estado de la
educación que por las realizaciones
prácticas que han generado.
El espacio central y más amplio de las pedagogías
conservadoras debe ocuparlo, por supuesto, la
llamada escuela (o pedagogía) tradicional. Sin duda,
un significante ambiguo y complejo, pero con el que
se ha querido nombrar una realidad que cubrió una
buena parte del sistema escolar real del siglo
pasado, y que sirvió como referencia negativa de la
gran mayoría de las pedagogías progresistas de la
parte superior del cuadro.
A algunos componentes de la misma se les pretendió
lavar la cara y se barnizaron de modernidad y tecnología
con determinados planteamientos cientificistas: los de la
llamada «Pedagogía por Objetivos», por ejemplo. Ello en
conexión con ciertas teorías conductistas y
neoconductistas del aprendizaje como la de Skinner.
Para Skinner cualquier conducta puede explicarse mediante
mecanismos asociativos y reforzadores. El sujeto se limita, así, a
responder a los estímulos de su entorno.
(la enseñanza programada, máquinas de enseñar, etc.) y
también por haber proporcionado, junto con otros
autores, fundamentación psicológica a metodologías
tecnologistas neotradicionales como, por ejemplo, la ya
citada pedagogía por objetivos.
En la parte sur de las pedagogías discursivas, y solapándose
con el espacio de la pedagogía tradicional, hemos puesto
dos nombres propios: Durkheim y Alain. Ambos son
ejemplos notorios del reducido grupo de teóricos de la
educación importantes del siglo XX que no cabe apuntar en
el registro de las pedagogías progresistas
POSTMODERNIDAD Y EDUCACIÓN:
¿PEDAGOGÍAS O DISCURSOS?
Anticipábamos en la introducción que dedicaríamos
la segunda parte del artículo a reflexionar sobre la
inexistencia de pedagogías postmodernas y las
razones de la misma. Por supuesto que no
pretendemos abarcar aquí la amplitud y diversidad
de facetas de la relación entre educación y
postmodernidad8 ; simplemente intentaremos
razonar, justificar y ejemplificar dos supuestos.
Para razonar el primer supuesto formularemos otros dos
que trataremos por separado: el de que todas las
pedagogías relevantes del siglo XX son modernas (o si
acaso hay alguna que no lo sea, ésta tampoco es
postmoderna sino premoderna o antimoderna); y el de
que los discursos sobre educación elaborados desde el
pensamiento postmoderno, al menos hasta ahora, no
han llegado a cuajar en pedagogías propiamente dichas
(o, al menos, en pedagogías relevantes, originales o
coherentes con los planteamientos postmodernos
genuinos).
LAS PEDAGOGÍAS RELEVANTES DEL SIGLO XX SON
MODERNAS
Vamos pues al primero de los subenunciados. Revisitando
el cuadro explicado antes podemos ver como, con los
matices que luego explicaremos, todas las pedagogías y
autores (teóricos o prácticos) de la parte superior
comparten el caldo de cultivo y el horizonte de la
modernidad
En cualquier caso, Neill y Makarenko,
antagónicos en tantos aspectos educativos y
pedagogos geniales ambos, son modernos
hasta la médula y resultan emblemáticos de
cómo en la pedagogía de la modernidad
caben énfasis dispares.
Pero sí que son pedagogí- as de la modernidad las de los grandes
creadores (con Comenio a la cabeza) de la después llamada
«escuela tradicional», pero que en su momento fue claramente
innovadora; o la pedagogía lancasteriana que, viabilizando el
desideratum de 232 Comenio sobre cómo un solo maestro podría
enseñar al mayor número posible de alumnos, permitió extender
y democratizar la enseñanza durante el siglo XIX; o, en fin, el
conjunto de la pedagogía panóptica que, en palabras de Foucault,
convirtió a la escuela en una máquina de enseñar y disciplinar
(Foucault, 1978).
tampoco a nadie se le podría
ocurrir desterrar del proyecto
moderno a esos grandes
pedagogos «tradicionales» más
recientes que fueron Durkheim o
Alain (Trilla, 2002).
En el gráfico sólo aparecen unas pocas
pedagogías que quizá sería un abuso del
lenguaje calificar de modernas: las
pedagogías fascistas, las del
nacionalcatólicismo franquista, las
fundamentalistas, integristas... Éstas, en
general, no serí- an pedagogías ni
modernas ni postmodernas, sino
directamente o premodernas o
antimodernas9 .
DISCURSOS POSTMODERNOS
SOBRE LA EDUCACIÓN
En el cuadro no hay pues pedagogías postmodernas.
Ciertamente, alguien malpensado podría aducir que
no aparecen ahí no porque no existan sino porque
los autores expresamente no han querido ponerlas.
Por nuestra parte hemos de decir que, en cualquier
caso, la omisión no ha sido intencionada:
si realmente existen pedagogías postmodernas relevantes,
el hecho de prescindir de ellas habría de ser atribuido a la
pura ignorancia. Pero... ¿qué autores, tendencias o
realizaciones educativas, con nombres y apellidos y
genuinamente postmodernos, podrían figurar en el
cuadro? Sin duda los discursos que sobre educación y
postmodernidad se han generado desde hace un cierto
tiempo (dos décadas, más o menos) han sido numerosos y
diversos.
Como acabamos de afirmar, los trabajos que ponen en
relación el tema educativo con la postmodernidad son ya
ciertamente cuantiosos. Por un lado, destacados pensadores
homologados como post-modernos se han ocupado de la
educación. No deja de ser significativo que uno de los textos
más canónicos del pensamiento postmoderno, por no decir
el que más10, La condición postmoderna de J. F. Lyotard,
dedicase un capítulo específico a la enseñanza.
En el ámbito español hay que mencionar especialmente a A.J. Colom
que, en un artículo titulado «Hacia nuevos paradigmas educativos: la
pedagogía de la postmodernidad», ya en el año 1984 tematizaba la
postmodernidad desde la pedagogía, saludando la entonces reciente
aparición del librito de Lyotard; posteriormente, Colom, en trabajos más
extensos, ha seguido con el tema (Colom y Mèlich, 1994; Colom, 2002),
como así lo han hecho otros pedagogos del país como Gervilla (1993),
Fullat (2002), Gil (2001), Gimeno (1998), Pérez Gómez (1998).
De la nómina de teóricos de la educación extranjeros
que han sido muy sensibles a la cuestión postmoderna
queremos citar a dos conocidos representantes de la
izquierda pedagógica norteamericana, Giroux (1991,
1994, 1995a, 1995b, 2001) y McLaren (1995a, 1995b,
1997), sobre todo porque más adelante habremos de
referirnos específicamente a ellos.
rirnos específicamente a ellos. Los autores y obras que acabamos de citar
(y otros que irán apareciendo) han construido discurso sobre
postmodernidad y educación, aunque no todos, por supuesto, desde el
pensamiento postmoderno: unos desde la crítica al mismo, otros
comulgando con él y entre medio toda una gama de posturas a veces
matizadas, a veces ambiguas, a veces inubicables. Pero para ver si estos
discursos (o parte de ellos) constituyen verdaderamente una pedagogía
postmoderna hay que analizar lo que encontramos en ellos.
En primer lugar, lo que más encontramos son
contenidos que pretenden ser descriptivos y
críticos.
Entre otros y por lo que afecta más directamente a la
educación, por ejemplo: el tema de las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación que
rompen el monopolio de las formas clásicas de acceder
al conocimiento y, entre ellas y como más importante, la
escuela; el tema de la realidad cada vez más
multicultural de nuestras sociedades que directamente
pone en cuestión la superioridad de una cultura (la
nuestra, la occidental, etc.)
No podemos entrar en el desarrollo y la
discusión de estos temas estrella de los
discursos sobre postmodernidad y educación.
Son ejemplos de lo que más (y, como veremos,
mejor) se hace en ellos: intentar dar cuenta de
una nueva realidad y de un nuevo
pensamiento y poner en evidencia que la
educación (sobre todo, la educación
institucional, formal, etc.)
Un discurso que, a nuestro parecer, acoge algunos contenidos
que no van más allá (o que incluso se quedan cortos) respecto
de otros planteamientos críticos sobre la educación realizados
desde posiciones no postmodernas: muchas de las grandes
pedagogías del cuadro,14 además de sus aportaciones
constructivas, han formulado lucidísimas críticas a la educación
que les era coetá- nea y que, mutatis mutandis, resultan incluso
para la educación actual más minuciosas, fundadas (y menos
retóricas) que algunas de las procedentes del discurso
postmoderno.
constructivas, han formulado lucidísimas críticas a la
educación que les era coetá- nea y que, mutatis
mutandis, resultan incluso para la educación actual
más minuciosas, fundadas (y menos retóricas) que
algunas de las procedentes del discurso
postmoderno.
El discurso crítico es propedéutico,
incluso quizá necesariamente
propedéutico, en relación con el
discurso pedagógico en sentido estricto.
Pero para que tal sea, debe dar un paso
más: el paso teleológico y normativo
Naturalmente entre estas dos respuestas
polarizadas existen otras posibles (y reales) que
matizan a la una o a la otra o que equidistan u
oscilan entre ambas. Después veremos alguna de
ellas, pero ahora nos interesa la segunda, pues es
la que hemos de comentar para seguir con el
argumento de que el pensamiento postmoderno
no ha sido capaz de construir una pedagogía
genuinamente postmoderna relevante.
PROPUESTAS PEDAGÓGICAS SOBRE LA
EDUCACIÓN POSTMODERNA: ALGUNOS
EJEMPLOS
PROPUESTAS PEDAGÓGICAS SOBRE LA
EDUCACIÓN POSTMODERNA:
ALGUNOS EJEMPLOS
Ahora bien, en nuestra opinión resulta muy decepcionante cuando da el paso
esencialmente pedagógico, cuando el discurso postmoderno se atreve al
deber ser16. Entonces, la mayoría de las propuestas o resultan triviales, o ya
se hallan contenidas (y mejor desarrolladas) en las pedagogías modernas, o
acaban siendo contradictorias con los propios presupuestos postmodernos,
o no resistirían la misma críti ca que dirigen a las pedagogías modernas, o
son simplemente retóricas e inexcrutables. O varias de estas cosas juntas.
Veamos algunos ejemplos de diferente calado y que se refieren a cuestiones
diferentes.
El primer ejemplo se refiere a lo que a veces
ocurre cuando un ilustre pensador postmoderno
se propone hacer seriamente pedagogía,
pedagogía universitaria en este caso. Se trata de
un texto corto de Jacques Derrida procedente de
una conferencia suya en la Universidad de
Stanford en 1998 (Derrida, 2002).
Después de esta solemne afirmación que, como él mismo advierte, es por otro lado
el lema clásico de muchas universidades, a lo largo del texto, entre fragmentos no
siempre fácilmente inteligibles, Derrida va desgranando apelaciones a la
universalidad de la Universidad, al derecho primordial a que en ella pueda decirse
todo y a decirse públicamente y publicarse, a que las Humanidades se ocupen de la
historia del hombre, de la idea de hombre, de las Declaraciones de los Derechos del
Hombre (y de la mujer, precisa), de la historia de la democracia, de la literatura, y
también de la profesión de profesar (es decir, del profesorado:
eso nos interesa a los pedagogos
especialmente...). Y acaba así, admitiendo que
todo eso es muy complicado:
O sea, durante unas setenta páginas hemos viajado desde la
afirmación de la verdad (no la pone con mayúsculas, pero sí en
cursiva) como sagrada misión de la universidad al socrático sólo
sé que no sé nada, al pedagógico ahora piensen por su cuenta y a
una inquietante y oscura premonición, pasando por la relación de
las historias múltiples que han de ser cultivadas en las
Humanidades
Totalmente de acuerdo en que en la universidad se cultive la
historia de la literatura, y en todo lo demás: pero alguien
puede pensar que para este viaje quizá no hacían 237 falta
tantas alforjas deconstruccionistas
Eso de aprender a desaprender viene de un par o tres de
páginas (pp. 40 y ss.) del librito de Michéa en las que se
esboza una especie de utopía negativa –que según el autor
ya se está prefigurando ahora– cuyo sistema educativo
formaría diferenciadamente a tres tipos de individuos.
Hay que decir que la parodia, la caricatura o incluso el panfleto pueden
ser géneros literarios bien legítimos y sanos; particularmente cuando el
autor y los lectores son conscientes de que se trata simplemente de eso.
Lo malo es cuando el uno o los otros acaban creyéndose que aquello es
un producto intelectual serio, bien fundamentado y que describe
fielmente la realidad
. En fin, que el exitoso libro del tal Michéa es un
ejemplo más –y en este caso caricaturesco, pues la
literatura postmoderna sobre educación sin duda ha
generado productos mucho más sólidos– de este
estilo intelectual consistente en una crítica epatante
pero sin compromiso plausible alguno20.Dejando ya
los ejemplos concretos, en general cuando el
postmodernismo se pone en plan normativo –esto es,
cuando se atreve a explicitar cómo debiera ser la
educación postmoderna– los ítems que suelen
aparecer son, más o menos, los siguientes: la
reivindicación del sentimiento, la afectividad, la
emoción, etc
Dejando ya los ejemplos concretos, en general cuando el
postmodernismo se pone en plan normativo –esto es, cuando se
atreve a explicitar cómo debiera ser la educación postmoderna– los
ítems que suelen aparecer son, más o menos, los siguientes: la
reivindicación del sentimiento, la afectividad, la emoción, etc
La primera es el grado de generalidad e
inconcreción con que suelen formular sus
propuestas.
La pedagogía postmoderna no ha superado
aun, creemos, esta prueba. Y ello no porque
no sea posible convertir aquellos ítems que
hemos enumerado más arriba como tópicos
de la pedagogía postmoderna en programas,
métodos, técnicas, instrumentos o prácticas
concretas. Claro que es posible encarnar
aquellos principios en procedimientos y
acciones: tan posible como que ya se hecho.
de aquel siglo; para la
revalorización de la cultura
próxima, popular, de las
experiencias directas...
atiéndase sin ir más lejos a
Freinet o Freire; y así
sucesivamente.
La diferencia es que ellos
confiaban de verdad en el
progreso y en el valor de
la educación para mejorar
a las personas y
transformar la sociedad.
ALGUNOS PRODUCTOS DEL DEBATE
MODERNIDAD/POSTMODERNIDAD
Hasta aquí hemos ejemplificado algunas de las
debilidades del pensamiento postmoderno en el
momento en que se pone a elaborar pedagogía.
Pero sería injusto quedarse en eso puesto que
también han habido productos apreciables
propiciados por las corrientes postmodernas. Lo
que ocurre es que estos productos, más que del
propio pensamiento postmoderno han surgido,
creemos, del debate que él ha suscitado.
Pero sí que queremos ejemplificar el debate
mediante dos de estas posiciones. Se puede decir
que ambas evitan caer bien sea en el extremo del
encastillamiento en la modernidad clásica
(Habermas, Carr) o bien en la rendición con armas
y bagajes a la postmodernidad (Giroux, McLaren).
RADICALIZAR LA MODERNIDAD
Uno de los autores que más
ha participado en el debate
modernidad/postmodernidad
desde sus inicios ha sido
Habermas (1987, 1989).
Con su «Teoría de la Acción Comunicativa» (1987) hizo uno de los
mejores diagnósticos del progreso de la modernidad, indicando
tanto sus errores como nuevas vías para reconstruir el proyecto
ilustrado.
En el balance que realiza sobre la modernidad,
Habermas identifica como uno de los problemas más
importantes de su desarrollo los excesos de los
sistemas económico y político como consecuencia de la
supremacía de una racionalidad orientada al éxito y a
la eficacia
El predominio de este tipo de racionalidad instrumental, mediosfines, en
el ámbito de la empresa y del estado, pero también en el de la ciencia, en
el de la política o en el de la educación, puede explicar muchos de los
males que se achacan hoy a la razón moderna: explotación económica,
homogeneización cultural, desigualdades sociales, degradación
medioambiental, etc.
En resumen, su propuesta consiste en desplazar la racionalidad
instrumental a favor de la racionalidad comunicativa que se
apoya en los procesos de diálogo y en la motivación de los
hablantes por llegar a un acuerdo.
En términos prácticos o políticos, esta perspectiva ha
llevado a Habermas a desarrollar una concepción de la
política deliberativa que pretende la radicalización de la
modernidad mediante la formación de una opinión pública
ilustrada y los procesos de democracia participativa (1998)
Categorías como autoreflexión, diálogo,
pretensiones de validez o ruptura del desnivel
metodológico (1987), adquieren especial relevancia
a la hora de fundamentar una nueva forma de
conocimiento que se basa en la autocomprensión
que los propios actores sociales realizan sobre su
vida cotidiana y en el diálogo entre investigadores
y actores con la finalidad de conocer la realidad, e
incluso, de transformarla.
En el terreno de la pedagogía, Carr es seguramente uno de
los autores que más se ha apoyado en el pensamiento de
Habermas a la hora de elaborar su teoría crítica de la
educación, y comparte con él su posición en el debate
modernidad/ post-modernidad que estamos tratando en
este apartado.
Para Carr, el problema de aquellos que simpatizan con el
postmodernismo es que además de desentenderse de los
valores educativos emancipadores, «se retiran a una postura
escéptica de indiferencia a partir de la cual es imposible
adoptar cualquier perspectiva de la educación que se funde en
alguna clase de principios» (Carr, 1996, p. 160)22. Por esta
razón, considera que el reto o el desafío del debate actual
consiste en «volver a considerar nuestro compromiso con la
educación emancipadora» (Carr, 1996, p. 161).
Con la crítica al positivismo como paradigma científico que
ha predominado en el curso de la modernidad y con la
búsqueda de otras formas de elaborar teoría, intenta
distanciarse tanto de la racionalidad instrumental de la
modernidad clásica como de la falta de fundamentación del
pensamiento postmoderno.
ACEPTAR EL RETO DE LA POSTMODERNIDAD
Es en una pedagogía que también se ha
autocalificado como crítica donde
encontramos la otra posición que
queríamos comentar respecto al debate
modernidad/postmodernidad.
De entrada, según Giroux,
es necesario aceptar desde la educación los
retos que plantea la postmodernidad:
«es importante para los educadores el desafío
que entraña el postmodernismo, porque plantea
cuestiones cruciales relativas a ciertos aspectos
hegemónicos del modernismo y por la
implicación de cómo han afectado el significado
de la enseñanza en nuestros días» (Giroux,
1995b, p. 229).
Esta posición –digamos– integradora que, por
un lado, destaca lo que de positivo puedan
tener modernismo y postmodernismo,
conlleva también que, por otro lado, se
quieran elucidar los límites de los dos y no se
escatimen críticas a ellos.
Así, en los trabajos de estos autores
podemos encontrar, a la vez, la
denuncia de los 244 (23) Mal podrían
renegar de la modernidad unos
autores que confiesan una
veneración tan grande a Paulo
Freire: un pedagogo inequívoca y
radicalmente moderno.
En resumen, que finalmente a uno le puede quedar
la duda de si esta pedagogía «crítica», «radical»,
«emancipadora» que defienden estos autores (ellos
para nada renuncian a tales calificativos) sería una
pedagogía moderna remozada de
postmodernidad25 o una pedagogía postmoderna
que mantiene los grandes ideales de la
modernidad. Quizá por eso, Giroux ha optado
alguna vez por llamar a su propuesta una
«pedagogía de frontera de la resistencia
postmoderna». (Giroux, 1995a, p. 75)
LAS DIFICULTADES DEL PENSAMIENTO
POSTMODERNO PARA ELABORAR
PEDAGOGÍAS
Hasta aquí hemos intentado mostrar que las pedagogías relevantes del
siglo XX han sido modernas, también la debilidad del pensamiento
postmoderno cuando se pone a elaborar propuestas pedagógicas
constructivas, y finalmente que lo más fecundo que a este respecto ha
producido tal pensamiento, más que de su propio contenido
programático, ha sido consecuencia del debate que ha suscitado.
Queremos terminar el artículo con una consideración sobre las razones de que
eso haya sido así. (Será rápida porque simplemente abunda en argumentos ya
expuestos). A nuestro modo de ver, la infertilidad pedagógica normativa del
pensamiento postmoderno cabe interpretarla en clave epistemológica. Ni los
presupuestos ni el estilo intelectual del pensamiento postmoderno son los más
idó- neos para la generación de productos pedagógicos.
La pedagogía casa mal con el
relativismo desbocado, con la
disolución del sujeto, con la
desconfianza en la razón, con la
postulación de que ningún proyecto va
a poder fundamentarse
suficientemente.
La pedagogía postmoderna sería, según Fullat (2002,
p. 373), una pedagogía «sin cumbre y sin centro»; y
sin cimientos, habría que añadir. La pregunta es si
eso, una pedagogía sin fundamentación plausible ni
horizonte en el que confiar, es realmente una
pedagogía o una simple contradicción en los
términosLa pedagogía casa mal con el relativismo
desbocado, con la disolución del sujeto, con la
desconfianza en la razón, con la postulación de que
ningún proyecto va a poder fundamentarse
suficientemente.
La pedagogía postmoderna sería, según Fullat (2002, p.
373), una pedagogía «sin cumbre y sin centro»; y sin
cimientos, habría que añadir. La pregunta es si eso, una
pedagogía sin fundamentación plausible ni horizonte en
el que confiar, es realmente una pedagogía o una simple
contradicción en los términos.
Si, por otro lado, ya no hay modelos
practicables (porque hay demasiados y no
podemos saber si uno es mejor que los demás)
y tampoco podemos creer en el «sé quien eres»
porque la identidad es una ilusión, no caben ya
ni pedagogías heterónomas ni autónomas, no
cabe pedagogía alguna.
A alguien le podría parecer que la improbable
pedagogía postmoderna, puesta a hacer
recomendaciones, sólo podría proponer algo así
como educar disimulando, haciendo ver que uno
no se cree lo que está haciendo: una pose
intelectual que puede dar réditos en la
especulación pero que en la acción educativa es
puro cinismo.
El estilo postmoderno casa bien, sin
embargo, con la crítica, por otro lado,
siempre necesaria.
Ahí este discurso puede lucirse, y lo
hace hasta el punto que, como
sugería alguien citado hace poco, ni él
mismo soportaría la crítica que dirige
a los relatos de la modernidad.
Porque de hecho, en pedagogía, la mejor crítica es
siempre el mejor proyecto; y eso, un proyecto serio,
factible y comprometido, es difícil (quizá imposible)
de encontrar en el discurso postmoderno.
En fin, que da toda la impresión de que al pensamiento
postmoderno (con su presunta pedagogía incluida) le
ocurre algo parecido a lo que Jules Renard confesaba en la
cita del inicio de este trabajo:
el escritor francés se resignaba con la ruinas de los hermosos
castillos en el aire que él había construido; el postmodernismo,
por su parte, parece solazarse entre las ruinas de los castillos
que intentó levantar la modernidad
Lo que ocurre es que estas ruinas sólo son medio verdad: unas ciertamente lo
son, pero otras se las ha inventado el pensamiento postmoderno al intentar la
demolición de ciertos castillos de la modernidad que, sin embargo, siguen en pie,
con cimientos suficientes y con el proyecto vivo de hacerse cada vez más grandes
y hermosos. Porque lo cierto quizá sea que el pensamiento postmoderno
consista sólo en una excavadora de papel.
BIBLIOGRAFÍA
AA.VV.: La postmodernidad.
Barcelona, Kairós, 1985.
ALBA, A. (ed.):
Postmodernidad y
educación. México,
Porrúa, 1995
APPLE, M.: Power,
Knowledge, pedagogy, the
meaning of democratic
education in unsettling
times. Boulder, Westview
Press, 1998.
AVANZINI, G.: La
pedagogía en el siglo XX.
Madrid, Narcea, 1977.
AYUSTE, A.: «Pedagogía
crítica y modernidad»,
en Cuadernos de
Pedagogía, 254 (1997),
pp. 80-85.
BALL, S. J. (comp.):
Foucault y la
educación. Madrid,
Morata, 1993.
BROSTERMAN, N.:
Inventing
Kindergarten. New
York, Harry N.
Abrams, Inc., Pub,
1997.
CARR, D.: Making Sense of
Education. London,
RoutledgeFalmer, 2003.
COLOM, A. J.: «Hacia
nuevos paradigmas
educativos: la pedagogía
de la postmodernidad»,
en Studia Paedagogica, 14
(1984), pp. 17-38.
— La crisis mundial de la
educación. Perspectivas
actuales. Madrid,
Santillana, 1985.
DÍAZ BARRIGA, A.: «La escuela en el
debate modernidad-posmodernidad», en
ALBA, A. (ed.): Postmodernidad y
educación. México, Porrúa, 1995, pp.
205-226.
— Teoría de la acción
comunicativa. Vol. II.
Crítica de la razón
funcionalista.
Madrid, Taurus, 1987
YOUNG, R.: Teoría crítica de
la educación y discurso en
el aula. Barcelona, Paidós,
1993
Un pedagogo inequívoca y radicalmente
moderno. excesos modernos, críticas a ciertos
críticos de la postmodernidad24, el
reconocimiento de lo contradictorio que puede
resultar el pensamiento postmoderno, el cual
«ofrece una combinación de posibilidades
reaccionarias y progresistas» (Giroux, 1995b, p.
229), o la elucidación de los límites teóricos que
presenta.